La lectura devocional es un hábito personal que todo cristiano debe cultivar a diario. La vida espiritual, como un árbol, no puede permanecer estática: o crece o muere. Y para que crezca hay que cultivarla, alimentándola, en primer lugar, con la lectura del Libro de los libros: la Biblia. Y junto con ella, la de otros libros cristianos que nos ayudan a fortalecer la fe, que nos inspiran en la oración, que nos capacitan en la manera de potenciar nuestra comunión con Dios, que nos consuelan en los momentos difíciles, que nos dan aliento para seguir en la lucha y nos enseñan el camino en nuestro peregrinaje hacia el hogar celestial.
Con este propósito se han escrito hermosos devocionales, que transmiten las experiencias espirituales de grandes hombres de Dios a lo largo de la historia. La combinación de ambas lecturas es la mejor base para una vida cristiana saludable y fructífera. Acaso su lectura asidua ha sido el secreto espiritual que ha permitido a millones de creyentes salir victoriosos de la prueba y superar con éxito las circunstancias más adversas de la vida.
Con este propósito se han escrito hermosos devocionales, que transmiten las experiencias espirituales de grandes hombres de Dios a lo largo de la historia. La combinación de ambas lecturas es la mejor base para una vida cristiana saludable y fructífera. Acaso su lectura asidua ha sido el secreto espiritual que ha permitido a millones de creyentes salir victoriosos de la prueba y superar con éxito las circunstancias más adversas de la vida.
Este volumen incluye una selección de las mejores meditaciones escritas por el gran predicador C. H. Spurgeon, como fruto de sus propias experiencias de comunión con Dios. Sobre ellas nos dice el gran predicador:
“Hemos escrito impulsados por nuestro propio corazón, ya que la mayor parte de las meditaciones son recuerdos de experiencias y palabras que me refrigeraron a mí mismo. Por ello, estoy convencido de que han de ser de bendición en el futuro para muchos de mis hermanos. Si la ingenuidad de un niño es a veces capaz de traer consuelo a su corazón abatido, si una simple flor que se levanta sobre el césped es suficiente para dirigir nuestros pensamientos hacia el cielo, ¿no cabe esperar que, por la gracia del Espíritu Santo, el lector escuche cada mañana la suave voz de Dios dirigida a su alma a través de estas páginas que hemos escrito?”