Es hora de que, entrando en el Siglo XXI, nuestro pueblo cristiano llegue a su mayoría de edad espiritual y entienda que la sistematización teológica de nuestras creencias no es una opción, sino más bien, una necesidad, como lo es la columna vertebral para el ser humano. Sin ella, la fe carece de estructura, se tambalea, y la iglesia, empujada por cualquier viento de doctrina, se arrastra dando tumbos. El propósito de este libro es iniciar a los pastores y futuros pastores en los métodos de estudio teológicos, sin entrar en detalles concretos, pero sin olvidar ningún aspecto. En definitiva, colocando las bases necesarias para que el estudiante pueda, en el futuro, profundizar fácilmente y por sí mismo.
“La teología debe ser una contemplación de los misterios de Dios en un espíritu de oración”, ha escrito el pastor Pierre Courthial. El quehacer teológico tiene que llevarse a cabo en una atmósfera de adoración.
La teología viene después del a fe y su función consiste en explorar la Palabra de Dios que ha suscitado esta fe; la teología es, en cierto modo, una continuación de la plegaria, un acto de acción de gracias en el que, como escribiera Calvino, “conocemos a Dios y nos reconocemos en Él”.
Cierto que la teología entraña investigación, pero dado el objeto de su estudio no puede ser nunca un simple ejercicio de la razón, sino una tarea en la que participe todo nuestro ser y en la que al trabajo meramente intelectual siga la adoración en espíritu y en verdad, propia de quienes son estudiantes de la Verdad divina. La meditación teológica debe producir -y fomentar- el encuentro con Dios, la comunión renovada incesantemente con Él; de ahí que sea ejercicio de la fe tanto como de la razón, un instrumento al servicio de la comunidad creyente.
La verdadera teología no es nunca mera teoría, o simple discurso, es siempre un don de Dios por su Palabra y su Espíritu; se trata de algo dinámico; la verdad de Dios, comunicada por su Revelación, que nos alcanza, nos penetra y nos renueva. Descubrir la verdad de Dios -ésta es, en el fondo, la misión de la teología- es encontrar, no simplemente conocer, a este mismo Dios. O dicho de otra manera, por el encuentro le conocemos y por el conocimiento le encontramos. y no hay otra salida: tengo que dejarle decir lo que Él es, lo que quiere, lo que yo soy lo que espera de mí. En este encuentro, Dios me habla de sí mismo y de mí. Me entero de su existencia y me es dado el sentido de la mía como criatura caída y como pecador restaurado. No, la verdadera teología no es nunca mera teoría: es como una llama que nos quema y nos ilumina, nos vivifica y nos tranforma. Para que sea sí la teología no puede ser otra cosa que una reflexión de los pensamientos de Dios, una escucha atenta de lo que Dios primero quiere decirnos en su Palabra. La teología evangélica va a la Palabra para sacar todo su contenido y para poder, luego, exponerlo de manera consistente, ordenada y didáctica.
La teología evangélica no puede ser más que una explicación actual de la Revelación bíblica, un reflejo de la verdad revelada y eterna para las necesidades del pueblo de Dios en su peregrinaje histórico.