*Con mínimo imperfecto*
Gracias a los esfuerzos de varias editoriales, los escritos de Martyn Lloyd-Jones son ya ampliamente apreciados por muchos cristianos de habla hispana. Y aunque queda mucho por traducir, tenemos que dar las gracias a Dios por lo que ya tenemos en castellano. Los mensajes de Lloyd-Jones son un modelo de profundidad en la exposición bíblica además de exhibir la rica experiencia cristiana de su autor.
La inmensa mayoría del material que ha sido traducido al castellano tiene en mente a creyentes. Existen algunas excepciones como por ejemplo La verdad inmutable o No me avergüenzo, ambas colecciones de mensajes publicadas por la Editorial Peregrino. Pero, en general, los escritos que están a nuestra disposición, tienen a lectores creyentes como su primer objetivo. Pues bien, el libro que presento en esta reseña viene a engrosar el número de aquellos que se dirigen principalmente a personas que no profesan ser cristianas, son sermones que buscan presentar el Evangelio a los que no lo conocen o lo conocen de una manera defectuosa o errónea. En ese sentido, estos mensajes representan a Lloyd-Jones tal y como el se veía a sí mismo: como un evangelista. Su esposa dijo una vez: “Nadie podrá entender jamás a mi marido hasta que se den cuenta de que, en primer lugar, es un hombre de oración y después un evangelista”. Por tanto, estamos ante un libro ideal para los que no conocen el Evangelio. Pero, además esta colección de mensajes es igualmente útil para el creyente por varias razones.
En primer lugar, nos recuerda que tiene que haber lugar en la vida de la iglesia para lo que llamamos el sermón evangelístico. Es decir, no basta, aunque sea fundamental, predicar la Biblia en general. La Biblia misma exige que existan mensajes que presenten el Evangelio en particular, y teniendo en mente al que no conoce al Señor. Estos mensajes de Lloyd-Jones refuerzan esta profunda convicción en nuestros corazones. Una convicción que algunos están abandonando en nuestros días. Al mismo tiempo, es un error muy común en algunos círculos evangélicos el pensar que presentar el Evangelio es sumamente fácil. Lloyd-Jones no compartía esta idea, y los lectores de este libro podrán comprobar el porqué. Presentar correctamente el Evangelio es una tarea muy ardua. El mismo Lloyd-Jones afirmaba que tomaba muchísimo más cuidado en preparar un sermón evangelístico que en preparar un mensaje para los creyentes. Y, aunque, precisamente por ese cuidado con el que están preparados estos mensajes, este libro es muy recomendable para entregar a personas que no profesan ser cristianas, todo creyente que quiera profundizar sobre lo que significa presentar el Evangelio, lo encontrará también de inmenso beneficio. En este sentido, pues, este libro es de tremenda ayuda para los cristianos a la hora de hacernos reflexionar sobre lo que significa presentar verdaderamente el Evangelio.
Otro aspecto interesante de esta colección es que en estos mensajes Lloyd-Jones presenta el Evangelio no solo exponiendo pasajes del Nuevo Testamento sino también con pasajes del Antiguo Testamento. Para algunos, esto puede representar una gran sorpresa. Pero no debería sorprendernos, pues el Antiguo Testamento es también, tanto como el Nuevo, Palabra de Dios acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es más, el Antiguo Testamento es para Lloyd-Jones el marco adecuado para presentar el Evangelio. El Antiguo Testamento nos presenta al único Dios que hay, el Dios santo y apartado del mal y que no puede tener por inocente al culpable y, en ese sentido, nos muestra nuestra necesidad de Cristo como el único que puede reconciliarnos con Dios. Lloyd-Jones puede estimularnos para tomar seriamente en cuenta al Antiguo Testamento como una herramienta evangelizadora de primer orden.
Por tanto, es una delicia poder presentar este libro a los lectores de habla castellana. Estos mensajes son pues, un acicate para profundizar más en el Evangelio y para dar a conocer sus riquezas a los que no lo no lo profesan aún.
José Moreno Berrocal.