Nuestros apetitos dictan la dirección de nuestras vidas; ya sean los anhelos de nuestro estómago, el deseo apasionado por las posesiones o el poder, o nuestro amor espiritual por Dios. Pero para el cristiano, el hambre por otra cosa que no sea Dios puede ser un archienemigo, mientras que nuestra hambre de Dios, y sólo de Él, es lo único que nos proporciona la victoria.
¿Siente esa hambre de Él? Tal y como dice John Piper: "Si no siente usted un poderoso deseo de que se manifieste la gloria de Dios, no es porque haya bebido y se haya saciado. Es porque ha estado picoteando demasiado en la mesa del mundo. Tiene el alma llena de pequeñas cosas, que no dejan espacio para las importantes". Si estamos llenos de lo que ofrece el mundo, entonces quizá el ayuno exprese, o aun aumente, el apetito de nuestra alma por Dios.
Entre los peligros de la negación de uno mismo y la autoindulgencia hallamos el camino del dolor agradable llamado ayuno. Éste es el sendero que John Piper le invita a recorrer en este libro. Porque cuando Dios es el hambre suprema de nuestro corazón, Él será supremo en todas las cosas. Y cuando se sienta más satisfecho en Él, será cuando más se glorifique en usted.