El cristiano no es inmune al dolor, ni al sentimiento de angustia y desamparo que puede experimentarse en el horno de la aflicción. Como cualquier otro ser humano, tiene que batallar con la depresión y el cansancio emocional: el libro de los Salmos es una prueba de ello; pero a diferencia de cualquier otro ser humano, el creyente puede luchar eficazmente contra tales sentimientos, aferrándose a las “preciosas y grandísimas promesas” de su Padre celestial (2 Pedro 1:4) y contemplando sus pruebas a la luz del propósito eterno de un Dios sabio, amante y todopoderoso.
Los sermones que componen este libro tienen el propósito de alentar y consolar a los cansados y abatidos, para que continúen corriendo la carrera hasta llegar al lugar de su reposo.