George Müller se quedó mirando a la niña mendiga. No tenía más de cinco años y llevaba a cuestas a su hermanito. Su madre murió a causa de la epidemia de cólera que azotó Inglaterra y su padre nunca regresó de la mina. En medio de la enlodada calle, esta niña pequeña prestó su rostro a los numerosos huérfanos de Bristol.
A pesar de la precariedad de alimentos y dinero para cubrir las necesidades de su propia familia, George Müller abrió su corazón y su hogar. El Club del Deayuno de la casa Müller, sostenido por la provisión de Dios, pasó de treinta niños a llenar cinco grandes edificios que fueron hogar de más de diez mil niños huérfanos.
George Müller confió en Dios de una manera plena y poco frecuente. Su fe y su generosidad establecieron un modelo de vida para los cristianos de todas las generaciones.