Mary Slessor ponderó las palabras de David Livingstone: "No me importa adonde vayamos con tal de que avancemos". "Yo no voy a ninguna parte—reflexionó Mary— Tengo veintisiete años. Trabajó en una fábrica textil doce horas al día. Oh Dios —oró—, envíame a alguna parte, a cualquier parte, con tal de ser misionera".
Dios ciertamente iba a responder la oración de esta escocesa ardiente y pelirroja. Por treinta y nueve años, Mary Slessor demostraría su amor por las tribus inalcanzadas, a veces traicioneras, de la región africana de Calabar. Encarando la enfermedad, el peligro y la muerte por todos lados, Mary se convirtió en una apreciada "Mamá Blanca" para tribus enteras. Su fe, su perseverancia y su espíritu pionero proporcionaron a su amado pueblo adoptivo el primer ejemplo claro y rotundo de la vida y libertad halladas en Jesús. La vida de Mary Slessor constituye la hazaña épica e imperecedera de una mujer que no se detuvo ante nada con tal de alcanzar a los perdidos con el vivificante evangelio de Cristo.